¿Cuánto cuesta un abogado?

Esta es la pregunta recurrente que se hace el ciudadano medio; pregunta que, además se choca con un prejuicio habitual, sólo en ocasiones justificado, de que los abogados somos caros.

Desde luego parte de la culpa de que exista este prejuicio nos lo hemos ganado los profesionales por nuestras malas costumbres y por nuestro sistema de trabajo algo rudimentario e incluso antiguo.

Los abogados nos centramos en las cuestiones jurídicas del asunto que se nos encomienda y rara vez firmamos una hoja de encargo que establezca las condiciones de trabajo, que deberían prestar especial atención a las económicas.

Así, es habitual que un asunto presente incidencias de todo tipo que hacen complicado prever su duración, la dedicación y, en consecuencia, su coste. Pero estas cuestiones no se suelen exponer bien a los clientes que, de repente, reciben una minuta con conceptos y costes no suficientemente explicados. El enfado y la decepción son habituales en estos casos.

En definitiva, nada ayudará más a que confíen en nosotros que una explicación previa, clara, detallada y por escrito de lo que supone la iniciación de un procedimiento judicial o de cualquier otro encargo profesional. Al contrario de lo que podemos pensar, estas cuestiones lejos de asustar al potencial cliente, le suelen tranquilizar porque eliminan la incertidumbre del coste, cuestión capital. De paso conseguimos que la relación entre abogado y cliente empiece con buen pie y con la tranquilidad para ambos de ir sobre seguro. Cómo salga el asunto es otra historia, eso ya lo sabemos.

En próximas entradas, analizaremos las diferentes formas de minutación y las incidencias relativas a las condenas en costas.

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